Llamé a algunos compañeros
de profesión que han trabajado como corresponsales y enviados especiales. Todos
me lo desaconsejaron. ‘Los medios están cargándose todas las corresponsalías,
las agencias lo cubren todo, os va a costar mucho dinero, nadie os va a
asegurar, os vais a tener que pagar hasta el chaleco antibalas, es muy
peligroso’, fueron las frases más repetidas.
Cuando colgué la última
llamada, mi mirada se perdió en el vacío. Por un momento pensé que me estaban
comunicando una muerte. Parecía un funeral y si no lo era, lo parecía. Cuando
empecé a estudiar periodismo en 1995, ser corresponsal de guerra era el mayor
sueño de muchos de los estudiantes. Hoy, sólo es un fantasma.
Tal vez los corresponsales
de guerra no desaparezcan, pero es una profesión herida de muerte. Tal vez sea caro ir a la
guerra pero probablemente resulte más caro no ir a ellas. Nuestras democracias
se resentirán, otras, como la Siria verán la luz más difícilmente sin los ojos
de corresponsales que denuncien los abusos y las injusticias que se cometen a
miles de kilómetros de aquí. Aunque no lo creamos, lo que sucede allí, nos
afecta más de lo que pensamos. Quizás algún día lo entendamos.
Y no, finalmente, no nos
vamos a Siria, lo siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario